¿Cuánto dura la paciencia?


Últimamente, no hago más que buscar en las redes sociales y, especialmente, bucear en los blogs de mamás. Si os dais cuenta, la mayoría de ellos, son fabulosos. Montones de ideas para hacer con tus hijos, dónde viajar, cómo decorar su habitación, trucos para los catarros, cómo quitar el pañal... Eso sin contar el montón de fotos idílicas y maravillosas que toda madre desea tener colgada de la pared de su salón.  Pero esto no es lo que estoy buscando.

 Hay momentos de desesperación en mi vida en los que necesito verme reflejada y no me refiero a ese espejo del baño que me recuerda cada día que tengo arrugas, granos, ojeras, pelos de leona... No. Me refiero a que toda mujer, en muchos momentos de su vida, por no decir todos, necesita verse identificada o apoyada en cierta manera. Por eso, en las últimas semanas busco verdaderas historias que se parezcan a las mías y que me aporten un poco de consuelo en mi, a veces, frustrada vida. Necesito a alguien que me diga si ocho perretas al día son normales, si los castigos funcionan y qué tienes que hacer cuando te sientes como una basura por gritarle a tu hija porque ya no puedes más. 
Sí, ya sé lo que estáis pensando. He leído mucho acerca de las rabietas y de cómo hay que actuar. Todo maravilloso para esas mamás que escriben sobre experiencias bonitas con sus hijos y se hacen esas estupendas fotos dignas de un catálogo de decoración o de moda infantil. Pero realmente, nadie te dice ni te avisa de lo duro que es. De que, aunque actúes de la forma en que recomienda el manual y estés haciendo lo mejor para tu hijo/a, el agotamiento psicológico y el cabreo que te quedan después son brutales. Es cómo si llegaras a casa después de un día duro de trabajos forzosos o que un par de matones te hubieran dado una paliza, con la diferencia de que no tienes tiempo para recuperarte. Tienes que estar prevenida para la siguiente rabieta o travesura. Tampoco hay nadie que te avise de que los castigos no siempre funcionan y que esto puede surgir en el momento más inesperado. En casa, en el supermercado, en un centro comercial, en el parque, durante un paseo por la calle. Tampoco, te dicen que te puedes llegar a sentir observada y vigilada por todas las personas que tienen asiento en primera fila para ver tu divertido espectáculo. Y, ¡ojo a la actuación! Si pasas del tema, ¡mal! porque vaya madre más descuidada. Si te pones a reñirle o dar voces, ¡mal! porque te ganas un montón de miradas asesinas que piensan ¡qué mala madre que no sabe cómo manejar a su hijo! Te pones nerviosa, no sabes cómo actuar, intentas llevártela a la fuerza, los gritos aumentan y la tensión con los espectadores se incrementa. Eso por no contar cuando el numerito se produce en el baño de un centro comercial donde todo el mundo te oye pero no te ve. No sabéis la imaginación tan grande que puede llegar a tener la gente. He llegado a tener a una señora vigilando  durante los veinte minutos que duró la perreta como si de un policía se tratara. Podéis imaginarlos la vergüenza que pasé.
Necesito saber si nadie habla de estas cosas porque soy yo a la única que le pasan. Sé que no. Que esto es el pan nuestro de cada día en la vida de una mamá, pero nos empeñamos en mostrar lo bonito y maravilloso que es todo porque así lo hemos visto en los medios de comunicación y en las redes sociales. Ser mamá es maravilloso, sí. Pero yo algún día me cogía vacaciones aunque fuera sólo un ratito.
Menos mal que hay muchos momentos que lo compensan todo. Cuando te abraza y te dice que te quiere hasta diez y que eres la mamá más buena y guapa del mundo o cuando juega ella sola y le repite a sus muñecos las cosas con las mismas palabras de cariño que yo utilizo con ella. Entonces pienso: 
- ¡Baila coño, que lo estás haciendo bien!


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