Tiempo de Gymkana

El estrés y el cansancio de estos últimos días han hecho que me pare a reflexionar sobre cómo de rápido gira el mundo y si va a la misma velocidad que yo. De ahí, eso de ¡que paren el mundo que me quiero bajar!



El último trimestre de curso siempre es complicado. Tanto para los que tienen niños en edad escolar como para los que no. Estas semanas están llenas de salidas, excursiones, actuaciones, fiestas, cenas de final de curso de inglés, del gimnasio, del grupo de senderismo, del grupo de running… Y así podría seguir hasta el infinito y más allá. Todo ello sumado a que ya no hay clase por la tarde, se van terminando las extraescolares y ya estamos pensando en las vacaciones o en cómo vamos a organizar el verano para que todos estemos ocupados. Es decir, cómo conciliamos en verano. También tenemos que sacar tiempo para hacer los trajes y disfraces de las miles de actuaciones y festivales que tenemos por delante. Entre tanta actividad no me sorprendería que mi hija fuera a la excursión vestida de pato y al festival de música con gorra y la tortilla debajo del brazo.
Se me empiezan a acumular las autorizaciones y las circulares en la mesa de la cocina. No doy a basto a firmar. Y cuando ya crees que está todo, aparece una nueva para una salida de no sé qué o protección de datos de no sé cuál.


A todo esto le sumamos que en mi casa empieza la temporada de fiestas y cumpleaños. Que si preparativos, regalos, decoración… y ¡cómo queda la casa después! Pero así estamos, con la casa llena de globos rondando varios días por el suelo, las habitaciones llenas de disfraces, plumas, purpurina, la mesa hasta arriba de circulares y autorizaciones, mochilas de excursiones… Pero ¡felices! Felices de seguir aprendiendo, de celebrar, de crecer y de disfrutar de las pequeñas cosas. No digo que no haya habido momentos de agobio y estrés pero me di cuenta de que es imposible llegar a todo. Es más, no tengo porqué llegar. Somos felices con nuestras imperfecciones, nuestros juguetes tirados por el suelo y los cacharros del desayuno en el fregadero. Eso sí, la sonrisa siempre puesta y dispuestos a seguir bailando la vida. Porque si te quedas mirando cómo bailan los demás, cuando te des cuenta se habrá acabado la verbena.


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